Siempre me imaginé que los momentos cotidianos, como una cena fuera de casa o algún viaje de esos que se hacían en primaria, los capturaría con una cámara Polaroid, o al menos, me gustaba imaginar que podía ser así. A día de hoy, sigo sin tener una Polaroid y la verdad es que, no pienso comerme demasiado la cabeza pensando donde podría encontrar una de ellas.
Lo más significativo de éste tipo de cámaras era el valor emotivo que vinculaba a sus imágenes. Capturar un instante, fugaz e irrepetible de la vida y conservarlo hasta que el papel se tonra duro y amarillento; sacarlas del polvo para recordar lo ingenuo que fueron los días pasados y mostrarlas como ese tinte nostálgico, que emociona al cerebro emocional y nos pone la piel de gallina. Lo importante no es las cámaras que tengas en tu haber, sino lo que consigues con ellas: recordar.
Lo más significativo de éste tipo de cámaras era el valor emotivo que vinculaba a sus imágenes. Capturar un instante, fugaz e irrepetible de la vida y conservarlo hasta que el papel se tonra duro y amarillento; sacarlas del polvo para recordar lo ingenuo que fueron los días pasados y mostrarlas como ese tinte nostálgico, que emociona al cerebro emocional y nos pone la piel de gallina. Lo importante no es las cámaras que tengas en tu haber, sino lo que consigues con ellas: recordar.
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