1969, Woodstock... Concierto mítico por la paz, la música y donde se quedaron muchos artistas... La idea no era plasmar Woodstock, sino una idea suave y algo edulcorada, de gestos sencillos y miradas penetrantes; trasnmitir un mensaje algo lánguido y sosegado bajo flores y símbolos de paz, como el blanco o los rasgos claros de la modelo.
Érase una vez un lugar extraño, de piedra y tierras áridas, de senderos escarpados y costas de aguas traslúcidas bañadas por el sol. Entre sus murallas y paredes, se albergaba un rey y más abajo, entre entresijos de roca oscura, se cobijaba un monstruo.
Muy poco queda en la actualidad del palacio del Rey Minos y mucho menos, del laberinto que había bajo el palacio, sólo los pasillos señalados para los turistas y un montón de carteles indicadores que explican para qué servía una casa o qué tipo de vasijas estaban observando. Ya no queda ni un ápice de esas leyendas mitológicas, salvo el rumor constante de los extranjeros y los empujones, las esperas interminables para hacer una foto (éramos turistas a fin de cuentas); ni siquiera los restauradores o conservadores del emplazamiento han sido fieles al origen de Knossos.
Solo se pueden, contemplar los restos que quedan e imaginar qué podía inspirar la puerta del toro rojo.
Si no hubiese estado el día tan malo, qué buena manifestación nos habría salido. Pero bueno, ahí estábamos, dando qué hablar a todo el que nos miraba con cara de no saber que pasaba.
Ha estado bien, pese al frío, el aire y la lluvia. Mañana más.
Nos quieren mudar de escuela y mandarnos a la quinta esquina del polígono San Pablo, donde no tenemos instalaciones, ni recursos, ni nada similar, todo sea dicho.
Mañana día 18, toda la Escuela de Arte de Sevilla nos pondremos en pie para hacer valer nuestra opinión como estudiantes y afectados ante esta medida. Y el 19, todavía más. No queremos irnos de nuestra escuela, no queremos dejar un lugar que es como otra casa más y mucho menos, permitir que nos estropeen nuestra formación.
Siempre me imaginé que los momentos cotidianos, como una cena fuera de casa o algún viaje de esos que se hacían en primaria, los capturaría con una cámara Polaroid, o al menos, me gustaba imaginar que podía ser así. A día de hoy, sigo sin tener una Polaroid y la verdad es que, no pienso comerme demasiado la cabeza pensando donde podría encontrar una de ellas.
Lo más significativo de éste tipo de cámaras era el valor emotivo que vinculaba a sus imágenes. Capturar un instante, fugaz e irrepetible de la vida y conservarlo hasta que el papel se tonra duro y amarillento; sacarlas del polvo para recordar lo ingenuo que fueron los días pasados y mostrarlas como ese tinte nostálgico, que emociona al cerebro emocional y nos pone la piel de gallina. Lo importante no es las cámaras que tengas en tu haber, sino lo que consigues con ellas: recordar.
Los años 70 se definieron por numerosos cambios sociales que fueron una fuerte influencia en la forma de entender y comprender las condiciones y los diferentes estilos de vida, la identidad individual y muchos aspectos de la modernidad al mismo tiempo que se desarrollaba un extenso panorama relacionado con la fotografía y las imágenes, que se centrará en la captación de los instantes, los objetos y lugares de la vida cotidiana.
La exposición reúne imágenes desde diversos lugares y puntos de vistas muy diferentes, otorgando un intrincado mosaico que refleja la sociedad de la época. Nos permite adentrarnos en la íntima rutina de las personas, en gestos involuntarios que se han captado en un preciso instante. Una agradable mezcla entre blanco y negro, y color, señal de la evolución no sólo de la sociedad, sino de los medios técnicos que sufría la fotografía.
Sin lugar a dudas, esta exposición deja un leve regusto amargo ante la brevedad de la duración de su recorrido. Segmentos de la vida ajena, del tiempo que inspiran curiosidad malsana.
Las obras de los Esquizos de Madrid abordan los últimos años del franquismo y los primeros pasos de la democracia a través de de la pintura figurativa, lejos de convencionalismos estéticos e ideologías políticas, que dominaban la época con un punto de vista lejos de prejuiciosy crítica.
La exposición abarca un eje cronológico muy amplio, desde 1970 hasta 1985, márgenes de tiempo en los que el panorama artística sufre un radical cambio. Desinhibido, vital y colorista, y extremadamente conceptual fruto de la visión y las ansias acumuladas por personificar al artista dentro de la cultura.
El CAAC ha compuesto la exposición de tal forma que la observación de las obras es progresiva cronológicamente, de modo que es posible seguir la trayectoria del grupo de forma gradual. Ha otorgado espacios grandes y despejados para las obras de mayor dimensión, y salas de menor tamaño para otro tipo de composiciones de diverso formato.
Desde mi punto de mi punto de vista, es una exposición con una ideología muy fuerte y definida consecuencia de un periodo temporal y político decisivo en la sociedad española, lo cual requiere no sólo grandes dosis de creatividad, sino de valor añadido. Por otro lado, me resulta muy colorsita, extravagante y en cierto modo, es imposible introducirse al 100% en el contexto de este grupo y comprender en su totalidad la obra. Desquiciante, es un término que creo que se me quedó grabado al terminar la exposición; color, formas indefinidas en su mayoría, mensajes difíciles de ver y comprender.
SIGFRIDO MARTÍN BEGUE (quizás, la obra que más me gustó de la exposición: singular y con cierto aire irónico).
Pensaba, mientras ocultaba y mostraba capas pulsando el ojito extraño y con cierto aire siniestro, que las cosas que se suceden día tras días y adquieren el nombre de rutina, es mucho más incomprensible de lo que aparenta ser. No dejo de pensar, que todo es un discreto vórtice que se agita vertiginosamente y a una velocidad desmesurada; que además, es discreto y recatado. Hasta irónicamente modoso.
Al final, te das cuenta de que, tu cabeza se ha salido fuera del rail entre colores chillones y curvas sinuosas, pero que durante esos momentos de dudosa exaltación narcoléptica, te has planteado un algo que aprecía insignificante pero que en el fondo y pese a toda su mesura, estaba ahí.
